
Y ella prefirió volverse nube...
Efímera, viajera. Volaba por todo el mundo. A veces dispersa, a veces homogénea. Acumulando lluvia y exprimiendo agua sobre ciudades, sobre pueblos, sobre ellos. Hasta volverse a llenar.
Sirvió de cortinas para vuelos nacionales e internacionales. Iba y venía.
Sus siluetas eran las fantasías de los más pequeños, y de grandes también, siluetas donde se fundían los colores del atardecer y traspasaban los rayos de un nuevo día.
Sombra de luna, escondite de estrellas…
Y lo vio…
Y no pudo volver…
Desde arriba empezó a llover, de tanta tristeza acumulada en su cuerpo. Cada vez que intentaba bajar para acariciarlo, se evaporaba. Volvía a subir. Ahí, ya no aguantaba más y se acumulaba cada gota, una por una y la tormenta parecía no acabar…
Y él la miraba, le sonreía, quería subir, se mojaba.
Ella no aguantó, se escondió tras las montañas y él no pudo verla más.
Desde entonces cuando él duerme, siente el rocío…
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